viernes, 30 de septiembre de 2011

Analisis del Libro Patas Arriba

Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Eduardo Galeano.
Madrid: XXI DE ESPAÑA
La escuela del mundo al revés

El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo.
Por otro lado los alumnos día tras día, se niegan a los niños el derecho a ser niños y los hechos que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana.
Los violadores que más ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las llaves de las cárceles. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen,  muchas de las veces nos resulta difícil aceptar las cosa que en verdad tienen valor y no las cosas materiales. Hoy en di el mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura, se critica la publicidad que fomenta el consumo desmedido, porque ese consumo no es sostenible es decir estimula la demanda o, más bien, promueve la violencia, la televisión ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas sino que, además, brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia. Deberíamos tener precauciones con el tipo de programas a las que estamos acostumbrados a ver.
Las páginas policiales de los diarios enseñan más sobre las contradicciones de nuestro tiempo que las páginas de información política y económica. Este mundo, que ofrece el banquete a todos y cierra la puerta en las narices de tantos es, al mismo tiempo, igualador y desigual: igualador en las ideas y en las costumbres que impone, y desigual en las oportunidades que brinda.
El mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar cada vez menos. Esta paradoja es madre de otra paradoja: el norte del mundo dicta órdenes de consumo cada vez más imperiosas, dirigidas al sur y al este, para multiplicar a los consumidores, pero en mucha mayor medida multiplica a los delincuentes.

Nunca ha sido menos democrática la economía mundial, nunca ha sido el mundo tan
escandalosamente injusto. El valor de alimento de perro es más caro cada año y mientras que la gente se está muriendo de hambre.
La economía latinoamericana es una economía esclavista que se hace la posmoderna: paga salarios africanos, cobra precios europeos. Es decir que se hacen más ricos a la costa de los pobres.
"Paradójicamente, muchos trabajadores del sur del mundo emigran al norte, o intentan contra viento y marea esa aventura prohibida, mientras muchas fábricas del norte emigran al sur. El dinero y la gente se cruzan en el camino. El dinero de los países ricos viaja hacia los países pobres atraído por los jornales de un dólar y las jornadas sin horarios, y los trabajadores de los países pobres viajan, o quisieran viajar, hacia los países ricos, atraídos por las imágenes de felicidad que la publicidad ofrece o la esperanza inventa".
En muchos países del mundo, la justicia social ha sido reducida a justicia penal. El estado vela por la seguridad pública: de los otros servicios, ya se encargará el mercado; y de la pobreza, gente pobre, regiones pobres, ya se ocupará Dios, si la policía no alcanza. La pobreza mata cada año, en el mundo, más gente que toda la segunda guerra mundial, que a muchos mató.

 El poder, que practica injusticia y vive de ella, transpira violencia por todos los poros. Sociedades divididas en buenos y malos: en los infiernos suburbanos acechan los condenados de piel oscura, culpables de su pobreza y con tendencia hereditaria al crimen: la publicidad les hace agua la boca y la policía les echa de la mesa. Mucho han cambiado los tiempos, en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece, el código moral del fin del milenio no condena la injusticia, sino el fracaso.
Este libro plantea que en muchos casos y en ciertos países las cárceles están llenas de presos por ser pobres o por actos a los que la pobreza les empuja, mientras los que mantienen esa pobreza no sufren condena y por lo tanto no tienen derecho a ser escuchados por el simple hecho de que son pobres.
Contra la hipocresía de los países ricos también arremete, especialmente contra los grandes vendedores de armas, que dicen luchar por la paz pero sucede todo lo contrario Los países que más armas venden al mundo son los mismos países que tienen a su cargo la paz mundial.
La industria de las armas, venta de muerte, exportación de violencia, trabaja y prospera. El mundo ofrece mercados firmes y en alza, mientras la siembra universal de la injusticia continúa dando buenas cosechas y crecen la delincuencia y la drogadicción, la agitación social y el odio nacional, regional, local y personal.
Pero hay muchas formas de robar y abusar y muchas de ellas son legales. También Galeano arremete contra la especulación, el negocio de multiplicar el dinero sin aportar ningún trabajo: "En 1997, de cada cien dólares negociados en divisas, apenas dos dólares y medio tuvieron algo que ver con el intercambio de bienes y servicios.
La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo." En definitiva, "poco pueden las leyes jurídicas contra las leyes económicas, y la economía capitalista genera concentración de poder tan inevitablemente como el invierno genera frío. La tecnología pone la imagen, la palabra y la música al alcance de todos, como nunca antes había ocurrido en la historia humana.
Lecciones contra los vicios inútiles critica un mundo en el que "El trabajo es el vicio más inútil. No hay en el mundo mercancía más barata que la mano de obra. Nadie se salva de caer en manos equivocadas que por no tener documentación todos abusan de ello y a la vez aprovechamos de ellos. Porque nos valemos de la frase por lo menos hay trabajo pero de qué clase de trabajo estamos hablando.

 El desarrollo de la tecnología no está sirviendo para multiplicar el tiempo de ocio y los espacios de libertad, sino que está multiplicando la desocupación y está sembrando el miedo. Cada vez hay más desocupados en el mundo. Al mundo le sobra cada vez más gente. De pronto decimos que para que me paguen eso mejor no trabajo y nos sumamos a la lista de desocupados.
El asombroso aumento de la productividad operado por la revolución tecnológica no sólo no se traduce en una elevación proporcional de los salarios, sino que ni siquiera disminuye los horarios de trabajo en los países de más alta tecnología.
Clases magistrales de impunidad se revelan algunos de los casos más escandalosos de este mundo al revés. "Las empresas petroleras Shell y Chevron han arrasado el delta del río Níger. Hubo denuncias de ello pero explicó así el apoyo de su empresa al gobierno militar y el que se llevó el castigo fue el perjudicado que solo quería hacer justicia defender muchas vidas que están en peligro.
La compra y venta de  las armas y del petróleo dependen, en gran medida, su economía y su estilo de vida.
En definitiva, parece que la salvación del medio ambiente está siendo el más brillante negocio de las mismas empresas que lo aniquilan. Ya que son las que más contaminan pero es también el mayor fabricante norteamericano de equipos para el control de la contaminación del aire. El negocio se vuelve cada vez más rico y mientras que día a día se muere gente por la contaminación.
La impunidad de los exterminadores del planeta, donde se aclara por si hiciera falta que: "Las empresas que más éxito tienen en el mundo son las que más asesinan al mundo; y los países que deciden el destino del planeta son los que más méritos hacen para aniquilarlo." Galeano critica como muchas "expresiones de la preocupación oficial por la ecología" son mera hipocresía "que nadie cumple", porque "el lenguaje del poder otorga impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo universal en nombre del desarrollo y también a las grandes empresas que, en nombre de la libertad, enferman al planeta, y después le venden remedios y consuelos.
La humanidad entera paga las consecuencias de la ruina de la tierra, la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación de los bienes mortales que la naturaleza otorga.  Es el veinticinco por ciento de la humanidad quien comete el setenta y cinco por ciento de los crímenes contra la naturaleza.
Así, los países ricos son "países y clases sociales que definen su identidad a través de la ostentación y el despilfarro. La difusión masiva de esos modelos de consumo, si posible fuera, tiene un pequeño inconveniente: se necesitarían diez planetas como éste para que los países pobres pudieran consumir tanto como consumen los países ricos, porque de ello se aprovechan cada día más y más.
Las empresas más exitosas del mundo son también las más eficaces contra el mundo. Los gigantes del petróleo, los aprendices de brujo de la energía nuclear y de la biotecnología, y las grandes corporaciones que fabrican armas, acero, aluminio, automóviles, plaguicidas, plásticos y mil otros productos, suelen derramar lágrimas de cocodrilo por lo mucho que la naturaleza sufre." Porque ningún país se salva de decir que no contamina el planeta. Como existe una frase que puede causar chiste pero es la misma realidad, " no bote basura en el bus bote por la ventana" que decimos con esto que no nos importa el lugar en el que vivimos.
Los países que creen que han pegado el gran salto hacia la modernización, ya están  pagando el precio de la pirueta: en Taiwán, un tercio del arroz no se puede comer, porque está envenenado de mercurio, arsénico o cadmio; en Corea del Sur, sólo se puede beber agua de la tercera parte de los ríos. Ya no hay peces comestibles en la mitad de los ríos de China.
La impunidad de los cazadores de gente, advierte que "no es negocio asesinar con timidez. Ante la ley terrena, la igualdad se desiguala todo el tiempo y en todas partes, porque el poder tiene la costumbre de sentarse encima de uno de los platillos de la balanza de la justicia.
 "La impunidad del sagrado motor" critica con vehemencia el abuso de la industria del automovilismo y de sus usuarios. No se trata de criticar el progreso sino de criticar el abuso del progreso: "los automóviles usurpan el espacio humano, envenenan el aire y, con frecuencia, asesinan a los intrusos que invaden su territorio conquistado.  Este fin de siglo desprecia el transporte público" (y ya podemos añadir que el nuevo siglo XXI sigue en la misma línea. Para llamar la atención, Galeano hace la siguiente comparación: "La venta de autos es simétrica a la venta de armas, y bien podría decirse que forma parte de ella: los automóviles son la principal causa de muerte entre los jóvenes, seguida por las armas de fuego."
El automóvil, promesa de juventud eterna, es el único cuerpo que se puede comprar.
El automóvil se ha convertido en un símbolo de libertad, de estatus social, de juventud. Las ciudades y los estados se configuran para que este rey circule a sus anchas.
Con las máquinas ocurre lo que suele ocurrir con los dioses: nacen al servicio de la gente, mágicos conjuros contra el miedo y la soledad, y terminan poniendo a la gente a su servicio.
"Según los cálculos del Worldwatch Institute, si se tomaran en cuenta los daños ecológicos y otros costos escondidos, el precio de la gasolina tendría que elevarse, por lo menos al doble. La gasolina es, en los Estados Unidos, tres veces más barata que en Italia, que ocupa el segundo lugar entre los países más motorizados; y cada norteamericano quema, en promedio, cuatro veces más combustible que un italiano, lo que ya es decir. Esta sociedad norteamericana, enferma de autismo, genera la cuarta parte de los gases que más envenenan la atmósfera.
Es raro el caso del político, demócrata o republicano, capaz de cometer algún sacrilegio contra el modo de vida nacional, fundado en la veneración de las máquinas y en el derroche de los recursos naturales del planeta. Impuesto como modelo universal, ese modo de vida, que identifica el desarrollo humano con el crecimiento económico, realiza milagros que la publicidad exalta y difunde, y que el mundo entero querría merecer. Sólo el 20% de la humanidad dispone del 80% de los autos, aunque el 100% de la humanidad tenga que sufrir el envenenamiento del aire.
Como tantos otros símbolos de la sociedad de consumo, el automóvil está en manos de una minoría, que convierte sus costumbres en verdades universales y nos obliga a creer que el motor es la única prolongación posible del cuerpo humano.
En nombre de la libertad de empresa, la libertad de circulación y la libertad de consumo, se está haciendo irrespirable el aire del mundo." Galeano insiste en la necesidad de fomentar el transporte público y las bicicletas.
Este autor también critica el modo de vida de la sociedad de consumo que obliga a obtener rápidos beneficios en poco tiempo: flores sometidas a luz continua para rápido crecimiento, gallinas a las que se les reduce las horas de sueño y se las hace vivir hacinada mente sin casi poder moverse y gente que vive siempre deprisa y corriendo pero sin hacer deporte alguno por que además en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30% entre la población joven de los países más desarrollados, especialmente Estados Unidos en el que la obesidad ya se trata como epidemia nacional, y determinados tratamientos son subvencionados por el gobierno.
"El país que inventó las comidas y bebidas light, la diet food y los alimentos fat free tienen la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa 4 horas diarias devorando comida de plástico. Triunfa la comida basura disfrazada de comida: esta industria está colonizando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local en la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food".
Así no es extraño que la empresa McDonald's sea denunciada por ecologistas y activistas antiglobalización, acusando a esta empresa de "maltrato a sus trabajadores, la violación de la naturaleza y la manipulación comercial de las emociones infantiles: sus empleados están mal pagados, trabajan en malas condiciones y no pueden agremiarse; la producción de carne para las hamburguesas arrasa los bosques tropicales y despoja a los indígenas; y la multimillonaria publicidad atenta contra la salud pública, induciendo a los niños a preferir alimentos de muy dudoso valor nutritivo" y de un altísimo contenido en grasa como lo han demostrado multitud de estudios.
Pero, en este mundo al revés, la publicidad hace milagros y los anuncios embaucadores saben cómo conseguir que el consumidor obedezca sus dictámenes. "En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. No se sabe si en Navidad se celebra el nacimiento de Jesús o de Mercurio, dios del comercio, pero seguramente es Mercurio quien se ocupa de bautizar los días de la compra obligatoria: Día del Niño, Día del Padre, Día de la Madre, Día del Abuelo, Día de los Enamorados"... "La cultura de consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso inmediato. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender." La televisión tiene aquí su parte de responsabilidad y "el televisor es inocente del uso y del abuso que se hace de él", aunque los medios dicen siempre lo mismo: "Ofrecemos a la gente lo que la gente quiere, y así se absuelven; pero esa oferta, que responde a la demanda, genera cada vez más demanda de la misma oferta: se hace costumbre, crea su propia necesidad, se convierte en adicción. En las calles hay tanta violencia como en la televisión, dicen los medios; pero la violencia de los medios, que expresa la violencia del mundo, también contribuye a multiplicarla. Trabajar, dormir y mirar la televisión son las tres actividades que más tiempo ocupan en el mundo contemporáneo. Bien lo saben los políticos.
La ciencia y la técnica que han sido puestas al servicio del mercado y de la guerra, nos ponen a su servicio. La injusticia, motor de todas las rebeliones que en la historia han sido, no sólo no se ha reducido en el siglo XX, sino que se ha multiplicado hasta extremos que nos resultarían increíbles si no estuviéramos tan entrenados para aceptarla como costumbre y obedecerla como destino. Pero el poder no ignora que la injusticia está siendo cada vez más injusta, y que está siendo cada vez más peligroso el peligro.
Desde que cayó el Muro de Berlín, y los regímenes llamados comunistas se derrumbaron o cambiaron hasta hacerse irreconocibles, el capitalismo se ha quedado sin pretextos. En los años de la guerra fría, cada mitad del mundo podía encontrar, en la otra mitad, la coartada de sus crímenes y la justificación de sus horrores. Cada una decía ser mejor, porque la otra era peor. Ahora, súbitamente huérfano de enemigo, el capitalismo celebra su hegemonía, y de ella usa y abusa sin límites; pero ciertos signos indican que empieza a asustarse de sus propios actos. A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder.
Las grandes potencias que gobiernan al mundo ejercen la delincuencia internacional con impunidad y sin remordimientos. Sus crímenes no conducen a la silla eléctrica, sino a los tronos del poder; y la delincuencia del poder es la mamá de todas las delincuencias."
La cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sobra y por los platos rotos que debe pagar.
El consumidor ejemplar es el hombre quieto, las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo.

La fe en los poderes de la ciencia y de la técnica ha nutrido, todo a lo largo del siglo veinte, las expectativas de progreso, quizá el más certero símbolo de la época sea la bomba de neutrones, que respeta las cosas y achicharra a los seres vivos. El mundo, laberinto sin centro hace a cada persona competidora y enemiga de las demás.
                                                                                     
El precio, que nos desprecia, define el valor de las cosas, de las personas y de los países, la injusticia, motor de todas las rebeliones que en la historia.

El derecho al delirio, el derecho a soñar con un mundo mejor, aunque posiblemente eso no sea posible. Algunas frases se destacan diciendo que " en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo"
Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Palabras para reflexionar es lo que este libro nos deja, en realidad sabemos que estamos en este mundo, pero lo que no sabemos cómo estamos y peor aún que es lo debemos  hacer para sobresalir de esta crisis el mundo lo hacemos todos, pero por lo mismo todos lo ayudamos a destruir es más nos a destruirnos como tal.  Mientras lo ricos se hacen más ricos a costillas de los pobres porque no solo abusan de la mano de obra, si no lo que es peor que somos los mismos que consumimos y ayudamos para sigan creciendo como empresas súper desarrolladas y es más con todo lo que nos hacen al contaminar el medio ambiente que casi  que respiramos a la fuerza y vivimos en un ambiente lleno de contaminación y todos nos callamos y nadie hace nada para cambiar este mundo.
Las leyes de la impunidad parecen cortadas con la tijera, las democracias latinoamericanas resucitaron condenadas al pago de las deudas y al olvido de los crimines. El lenguaje del poder otorgo impunidad a la sociedad de consumo, a quienes le imponen por modelo universal en nombre del desarrollo y también a las grandes empresas que, en nombre de la libertad, enferman al planeta y después le venden remedios y consuelo. En la realidad todos vivimos en mundo consumista y de todos aprovechamos de él y no  hacemos nada para salvarlo.
Por desgracia, el mundo está lleno de noticias como esta y mientras no lo remediemos seguirá estándolo. "Dejemos el pesimismo para tiempos mejores." Escribo esta frase para meditarlo entre todos los seres que habitamos en este mundo.
BIBLIOGRAFIA.
"Patas Arriba. La Escuela del Mundo al Revés" (1998) impreso en ARGENTINA.